viernes, 2 de octubre de 2020

 

HACE COMO CUARENTA AÑOS

 

“Cuando el viento tira para abajo es mejor no estar atado a nada…”

 

Con esta costumbre que tengo de navegar por Internet, que no sé si es útil o no. Seguramente lo es cuando tengo que hacer algún deber o cuando, para pasar el tiempo, empiezo a buscar cosas del pasado.

Y en eso estaba cuando te encontré y junto con vos encontré una pila de recuerdos también, buenos y malos. En realidad buenos todos, salvo el último, o sea la última noticia que tuve de tu existencia. No tenía ninguna foto tuya; y ahora encontré esta. No olvidé tu rostro, lo tengo en la mente como si fuera ayer cuando te dormías sentado en la clase de la señora de Torres. “Bendito tu eras…” ¿Cómo hubieras sido a los sesenta? ¿Serías abuelo como yo? En cualquier caso te ahorraste el dolor de ver partir a una hija que por una de esas casualidades se llamaba como la mía. Mirá, te pasé los apuntes a máquina, quedate tranquilo. ¿Mañana también llegás tarde? ¿Cuándo te dan la baja? ¿Vas a poder estudiar para los exámenes? Las chicas, creo, te estaban haciendo el trabajo práctico.

Che, Ana tiene un choc choc en la cartera ¿te animás? ¿Quién lo saca? Vos, por supuesto, yo no toco la cartera de una mujer. Venía la pobre de vuelta al lugar donde había dejado la cartera semi abierta con la golosina que sobresalía tentadora. ¡Qué rico está! ¿Quién me sacó el choc choc? ¡Fuiste vos! Claro, vos eras el culpable por ser hombre; yo estaba salvada. El objeto de la discordia ya había sido tragado y deglutido, aunque no con tranquilidad. ¿Yo meter la mano en la cartera de una dama? ¡Jamás! Y en eso no mentiste, vos eras la mente y yo la acción. Año después se lo confesé a mi amiga, ya éramos esposas y madres, ya nada podía empañar nuestra amistad. 

Y ahora estamos en el estudio de televisión, y vos me llamaste a los gritos. Apenas podía darme vuelta, estaba de ocho meses. Venía la tercera, yo pensaba que sería un varón. Te presento a mi esposa, me dijiste y yo te respondí: estoy con el mío, aunque ya lo conocés. ¡Cuánto tiempo juntos! Cuarenta años. Seguro que lo conozco, nos recibimos el mismo día y me invitaron a comer. Sí, vos estabas solo, y te invitamos a la parrilla de Cabildo y Pico; La Rueda, se llamaba. ¡Qué épocas! Yo te encuentro con un poquito menos de cabello. ¡Qué diplomática soy para decir las cosas! Te queda bien, te hace un hombre maduro y buen mozo. Igual mantuviste, mantenés esa cara de nene. Miráme a mí, tengo arrugas y canas, vos no. ¿Ya estarías jubilado? A ambos nos llevaron los alumnos de quinto año al canal, al famoso Feliz Domingo.

Está oscureciendo, el cielo se puso gris y parece que va a llover. ¿O soy yo que me puse nostálgica?

 

Y ahora estás acá, me mirás desde el nuevo LCD de diecisiete pulgadas. No sabía que tenías el bigote así, tipo Lenín, te queda bien aunque ahora se ve un poco antiguo, de los setenta. Tengo que ir a preparar algo de comer. ¡Cómo se pasa la hora! No sabía  que vivías en Olivos, está lindo, hay casas nuevas y algunas antiguas. Pero yo soy del partido de San Isidro. ¿Qué estoy diciendo? Soy porteña, del Barrio Norte.

 

            Llaman a tu puerta, a los golpes. Son las cinco de la mañana, hace frío, siempre vienen de madrugada, es a propósito, porque asusta más. Entran seis tipos, tu esposa llora, las nenas también. Te llevaron, te llevan encapuchado. Te metieron en un Falcon y no se supo nada más.

 

Carlos Alberto Gudano. Veintinueve años. Estaba casado y era profesor de Geografía. Desaparecido el diecisiete de agosto de mil novecientos setenta y seis de su domicilio de Olivos. No hay testimonio de su paso por un CCD

 

 

Eso es todo.

 

Kika

2007

 

martes, 8 de septiembre de 2020

ERA EN HAEDO

 

ERA EN HAEDO

 

No era en Ramos Mejía como yo pensaba, si no una estación más. Ella me lo aclaró por teléfono.

-No te olvides José Luis, tenés que bajar en Haedo.

Me quedé pensando. “¡Habían pasado treinta años y todavía se acordaba que yo siempre me confundía!”

Seguía viviendo en el mismo lugar.

 

El día era gris y amenazaba tormenta. Preferí tomar el tren. Esos lugares no me gustaban nada. No me sentía seguro y además la casa estaba a dos cuadras de la estación. Pero no había contado con esto del tiempo. Ni siquiera tenía un miserable paraguas.

Mi preocupación por la lluvia cesó de golpe cuando lo vi. Parado en el andén de enfrente, (venía de Moreno). Me miraba fijo y tenía una maldita campera, de esas que sirven para la lluvia, el frío, la nieve, el granizo y la escarcha.

Me llevaba ya algunos puntos de ventaja.

No me dejé amedrentar. Se lo veía algo encorvado y muy canoso. Yo conservaba mi físico atlético y mi pelo oscuro que olía a champú de calidad, era brillante con algunas canas que me daban aspecto de galán. Yo sé que es por mi ascendencia indígena que para algo habría de servir con el tiempo. En la escuela me decían “cabecita negra” despectivamente. Los verdaderos amigos me decían “Negro” con cariño. Ella, también.

“¿Qué hago?” pensé. “¿Me hago el sota y apuro el paso o voy hacia él y lo saludo y vamos juntos hasta lo de Susanita?”

Cualquiera de las dos me parecían de cuarta pero la de hacerme el boludo era peor, así que apronté el paso y fui a su encuentro.

El cielo se oscurecía velozmente.

En su cara se dibujó una sonrisa cuando se dio cuenta de que era yo, hasta ahí no estaba muy seguro, me dijo después. Le parecía nomás.

Los anteojos le achicaban la mirada pero seguía teniendo esa carita de ángel que gustaba tanto a las mujeres.

-¡Che viejo, tanto tiempo! Exclamó mientras me estampaba un sonoro beso en la mejilla derecha acompañado de un fuerte apretón de manos.

Me di cuenta en ese momento que su alegría era sincera.

-¡Qué bien estás! y pasó su mano por sobre mis hombros como si fuésemos amigos de toda la vida.

Hacía treinta años que no nos dábamos ni cinco.

Tanta familiaridad me confundió un poco, todavía más de lo que estaba.

Comenzamos a caminar bajo una lluvia de gotones gruesos y separados.

-Che, viejo, no me acuerdo de tu nombre. Me dijo avergonzado.

-No te preocupés, yo tampoco del tuyo. Mentí, mentí como el peor. No sé si el hacía lo mismo aunque me seguía pareciendo sincero.

-Me decían “El Negro” pero me llamo José Luis.

-¡Claro! ¡Ahora sí! José Luis Ferrero, ¿no?

-Sí ¡que memoria tenés!

-La lista, pibe, la lista, no te la olvidás nunca; Alcaraz, Arcuri, Benitez,…

-¿Y vos?

-Luis, Luis Alberto Carro.

-¡Ah sí! ¡Es cierto!  Seguí mintiendo.

Lo tuve presente cada día durante los últimos treinta años. No hubo mañana que no me despertase sin acordarme de él.

Su voz me llegó desde lejos.

-Ya estamos, esta es la casa.

La lluvia arreciaba y nos golpeaba furiosa con ráfagas entrecruzadas.

Mi saco sport se iba estropeando de a poco.

La puerta se abrió.

-Buenas tardes, señores. ¿Qué andan buscando?

La señora mayor que nos atendió tenía los ojos tan parecidos a Susana. Pero no podía ser, era mayor, mayor. Muy mayor.

-Somos amigos de Su…. Comenzó a decir Luis Alberto.

-Sana, continué yo.

La señora dio un respingo y miró al piso.

-¿No saben nada? Añadió bajando la voz.

-¿Nada de quéseñora? Hablamos con ella el martes pasado. Dijo Luis Alberto desconcertado.

-Quedamos en pasar a visitarla hoy. Continué yo.

-Pasen por favor. ¿Son amigos de…?

-Del secundario. Dijo Luis Alberto.

-Quinto primera. Agregué yo.

La tormenta se había transformado en un vendaval de lluvia y granizo. Me alegré de haber dejado el auto. El seguro no me iba a reconocer ni ahí. Esa compañía era una mierda.

Nos sentamos en un saloncito. La señora ofreció café y los dos aceptamos gustosos.

-Mi hija… comenzó a decir la dama, murió hace dos días. Estaba bien pero…

-¿Qué?????????? Los dos al unísono.

-Estaba haciendo tratamiento y había mejorado pero se complicó con un aneurisma. ¡Pobrecita! ¡Tan joven! Dejó seis hijos y un marido desesperado. ¿Se imaginan?

-Pero si hablamos el martes pasado… balbuceó Luis Alberto.

-Hace menos de una semana. Dije yo más firme.

Él:

-Quedamos en venir hoy. ¿Sabe? Éramos amigos, muy amigos los tres.

La buena educación y la congoja de la señora me impidieron decirle cuatro frescas ahí nomás. “Era mi novia desde primer año, vos me la robaste, grandísimo atorrante”

La señora sacó un pañuelo y fue a cerrar los postigones. Afuera parecía de noche. Se escuchaba el golpe de una ventana. Ella pidió disculpas y subió.

Después de tomar el café y conversar, la mamá de Susana al parecer, necesitaba

desahogarse, partimos nuevamente.

 

La lluvia había cesado y las nubes se estaban yendo. Hacía frío.

Pensé “ella me dijo que no me equivocara, que era Haedo, que yo siempre me bajaba una antes, y ahora está muerta”.

Esta vez cada uno tomó para lados contrarios aunque sabíamos que nos veríamos de nuevo en la estación. Pero él iría hacia Moreno y yo hacia la Capital. Ambos pensaríamos lo mismo durante el trayecto.

Eso teníamos en común.

 

Al verlo nuevamente en el andén se me ocurrió que éramos uno donde convivían dos hombres: el que la amó y el que la abandonó.

El cielo se oscureció por segunda vez en el día.

“Todo esto es una mierda” pensé y corrí hasta la punta de la estación. Alcancé a cruzar delante del tren. Los pocos transeúntes me miraban sorprendidos. Escuché al pasar: “¡Qué irresponsable!, así suceden los accidentes”

Lo llamé cuando estaba por subir y se dio vuelta. Sus ojos denotaban compasión. Las puertas se cerraron detrás de él.

El vendaval arreció de nuevo y esta vez con más fuerza.

 

Kika

2009

lunes, 5 de agosto de 2013

El Genovés


EL GENOVÉS

 

Pocos minutos después de la medianoche del día 16 de enero de 1314, una mujer embozada en una capa negra sale del Palacio por una puerta secreta que conecta sus aposentos con un túnel. Recorre unos cincuenta metros hasta alcanzar una angosta escalera de piedra que desemboca directamente en el borde del río.

Hace frío y una intensa niebla lo cubre todo. Un hombre, alto y corpulento vestido también con una capa, la ayuda a subir a un pequeño bote. Toma asiento en un extremo y la embarcación parte lentamente. La mujer clava la mirada en el suelo para ocultar su rostro. En el silencio de la noche se escucha el acompasado sonar de los remos.

En unos minutos alcanzan la orilla opuesta y el hombre, después de tirar la amarra, ayuda a la mujer a abandonar el bote.

-Esperadme en este mismo lugar en una hora, dice ella al tiempo que se aleja rápidamente y se pierde en el laberinto de calles que se encuentran en la margen izquierda del Sena.

 

Se adentra unos metros y se encuentra en una callejuela muy estrecha donde hay un negocio cuyas vidrieras están tapadas con gruesos cortinados. Se acerca a la puerta y golpea suavemente. Se enciende una luz y alguien abre presuroso.

-¡Majestad! Pasad.

-¿Os sorprende mi visita, Genovés?

 

Ferruccio Balzarini, llamado El Genovés, era un alquimista de mucho renombre por aquella época en París. Un pasado oscuro lo había hecho huir de su tierra natal, pero nadie se atreve a indagar en su vida, ya que goza del favor de la realeza. De su persona emana una actitud falsamente servil.

-¡Para nada, Majestad! Habíamos acordado esta visita pero no la esperaba hasta pasado mañana. Venid, seguidme, os atenderé en la trastienda, estaremos más seguros.

El hombre, bajo y esmirriado, de larga barba gris y de mirada de acero abre la puerta que lleva a los fondos del local y entra, seguido de la joven, en una habitación donde debe abrirse camino entre mesas repletas de frascos con líquidos de diferentes colores, alambiques, bombonas y retortas.

-¿Tenéis listo lo que os encargué?

-Falta pasarlo a un frasco. Lo haré enseguida.

-¿Cómo pasarlo? Eran dos pociones.

-Sí, Majestad, seguro. El afrodisíaco y “el otro”.

-¿Seguro que “el otro” será efectivo?

-Es vitriolo y del mejor.

-No quiero que sufra, a pesar de que a mí no me ha ahorrado ninguna pena. Preferiría que fuese rápido.

-Así será.

Y presentándole dos pequeños frascos le dice en tono sombrío:

-Éste de menor tamaño y de líneas sencillas contendrá el veneno, y el de diseño más primoroso será el del amor. 

 

La mujer espera que el alquimista termine su trabajo y cuando el le entrega los frascos, los coloca con cuidado en una bolsa de terciopelo que está sujeta ala cintura.

-El oro que hay en el mundo no alcanzaría para pagaros, Genovés… no imagináis cuán agradecida estoy. Decidme cuánto os debo.

-Id tranquila, me pagaréis cuando todo haya terminado.

Y con una reverencia la acompaña hasta la puerta.

Ella mira a ambos lados y se encamina nuevamente hacia el río con paso rápido apretando contra sí la bolsa con el preciado contenido.

La embarcación la está esperando. El botero, en su puesto, la ayuda a subir por segunda vez. La mujer se ubica y suspira aliviada, ya está lista la mitad del plan, piensa, quizás la más difícil.

Vuelve a recorrer la escalera de piedra y el túnel hasta aparecer de nuevo en su cámara. Guarda los frascos en un estuche que tenía escondido en un arcón y se prepara para acostarse. Pronto se acabarán sus pesares, su marido no la hará sufrir más y su adorado conde caerá a sus pies rendido de amor. Su último pensamiento antes de dormirse es para Ferruccio Balzarini. ¡Que fidelidad la de ese hombre! Está segura que no dudaría en dar la vida por su reina.

 

A la mañana siguiente una agitación inusual invadió el palacio. Las mujeres, desde las parientes de la reina hasta sus camareras lloraban y gritaban. Los caballeros iban de aquí para allá sin rumbo fijo y el rey estaba encerrado en su cuarto y no quería ver a nadie. Su Majestad había amanecido estrangulada en su propio lecho; el arcón, revuelto y rota la caja donde guardaba los frascos que habían desaparecido.

 

Mientras se preparaban los funerales de la reina el caballero Roberto d´Auilly fue hecho prisionero. De nada valieron las peticiones de clemencia que hicieron su familia y los prelados. El mismo día en que trasladaban el cadáver de la reina a Saint Denis su presunto amante fue colgado en la Plaza de Grève. Entre la multitud que presenció la ejecución había un viejo, flacucho y esmirriado de larga barba gris. El alquimista genovés era, ante todo, fiel a su rey.    

 

Kika

2009

miércoles, 10 de abril de 2013


EN UN DIA LUMINOSO

 

               Ya había oscurecido cuando me di cuenta de que me había pasado. Vi el cartel que me indicaba que la próxima ciudad era Frías y decidí seguir. Sabía que podía llegar a mi destino a partir de ahí pero el chico de la estación de servicio me sacó la idea.

               -Es un camino muy malo para hacer de noche. Hay vados, no se lo aconsejo.

               Le pregunté por un hotel y me dijo que el de la plaza era el mejor. No me venía mal prolongar la llegada porque una noche solo y casi aislado me permitiría reflexionar sobre la búsqueda que había emprendido.

               Mi optimismo y buena disposición se vino abajo cuando vi el hotel. El único de Frías. Tenía un cartel que ostentaba como detalles de confort las palabras "calefacción y café expresso". No obstante la atención del encargado y la tira de asado que comí en la parrilla que me recomendaron me reconciliaron con el lugar. No podía faltar un buen budín de pan acompañado con dulce de leche, porque crema no había.

               -No llegó el camión, me explicó el mozo que vestía una chaqueta bordó a la manera antigua.

               La máquina de café no funcionaba. Pensé que si sucedía lo mismo con la calefacción buena noche iba a pasar. Pero me equivoqué y la cama resultó muy cómoda.

               -Cambiamos todo el equipamiento del primer piso hace un mes, me dijo el encargado.

               Esa era mi esperanza y al principio pareció cumplirse. Cuando me desperté me di cuenta de que había dormido tres cuartos de hora escasos. Totalmente desvelado fui al baño y después intenté dormirme de nuevo. Fue inútil porque empecé a pensar en Mariela y en nuestro próximo encuentro, si es que la lograba ubicar. Que le iba a decir cuando la viera no lo sabía. Hablar de lo que había ocurrido era impensable. Nombrar a la nena de forma natural, yo no iba a poder. Mejor no hacer ningún plan y dejar que todo fuese espontáneo o esperar a ver su reacción.

               Inmediatamente después del accidente se mostró comprensiva. Con el correr de los días fue cambiando de a poco hasta que se volvió hostil y, en los breves momentos en que nos cruzábamos (porque trataba de evitarme todo el tiempo) comenzó a hacerme reproches. Luego, sucedió lo que yo temía. Una noche me encaró y me echó la culpa de todo. Al día siguiente desapareció. Me dejó una nota que decía que se tomaba un tiempo, que estaba muy angustiada y que necesitaba alejarse. Que no la llamara. Se quedaría en casa de sus padres.

               En algún momento me dormí porque me sorprendió el amanecer tardío del invierno. La persiana se había clavado a mitad de su recorrido y no hubo manera de hacerla correr. Me duché, tomé mi bolso y me fui a desayunar. ¡Qué pueblo antiguo este! Parecía que aún no había llegado la ley anti tabaco porque el saloncito era una humareda.

               Mientras masticaba una medialuna volví a recrear mis días con Mariela. Un fugaz año de novios y la decisión de casarse enseguida cuando nos enteramos que estaba embarazada. Las cosas no nos iban mal porque los dos trabajábamos y habíamos conseguido un departamento chico pero confortable en Villa Urquiza. Y cuando Candela cumplió los tres años hicimos nuestra primera vacación.

               -Si no le molesta retroceder unos kilómetros le conviene volver a San Antonio y tomar la ruta ahí, es todo camino asfaltado. Yo le aconsejaría...

               Le hice caso. Con este auto nuevo me daba un poco de miedo largarme por el ripio. Además me daba oportunidad a prolongar algo la llegada. Tenía miedo.

               Lo sucedido no se podía cambiar y ella se había ido muy resentida. Como nunca me planteó el separarnos yo estaba esperanzado en que aún me quería y por eso emprendí este viaje, para recuperarla. Me gustaba ese sol que me brindaba un calor promisorio. "El día acompaña" pensé mientras pasaba por los pueblos polvorientos y de construcciones bajas. La gente me miraba y los niños me saludaban al pasar. En esos lugares siempre conocen a los forasteros y se deben de preguntar qué es lo que buscamos allí.

               Disfruté la flamante ruta bien señalada y solo me crucé con dos autos. Fue cuando me pregunté si la encontraría. Si estaría todavía con Julia en la casita de adobe o se habría ido a otro sitio. El dato me lo había pasado la madre con la promesa de que no le diría que fue ella.

               -Si te pregunta, inventá cualquier cosa pero no me mandés al frente, por favor-

               Emprendí este viaje con tanto entusiasmo que, ahora que estaba llegando, me entraba la desesperanza. Encima el desayuno bailaba en mi estómago y no estaba seguro si eran las vueltas del camino o los nervios que se manifestaban. De todos modos faltaba poco para el pueblito. Ahí iba a descansar un rato y después me pondría en campaña para localizarla.

               -Tiene que cruzar el río dos veces y después se mete por un sendero que sale a la izquierda. Lo lleva hasta el rancho de Julia.

               Como eran solo tres kilómetros preferí caminar. Un auto en esos parajes se anunciaba enseguida. No le pregunté nada más, si la chica vivía sola, si estaba alguien con ella. No quise  mostrarme muy interesado. No valía la pena. Tenía que comprobarlo por mi cuenta así que le agradecí y emprendí el camino a pie con todas las miradas encima.

               Crucé el río una vez y después comenzó el camino de ripio. Volví a cruzarlo y encontré el sendero que subía. Me abrí paso entre los arbustos espinosos. Algún que otro rasguño era lo de menos ante el paso que estaba por dar. Pero mi estómago se estrujaba cada vez más.

               Al llegar a la parte alta me detuve y miré a mi alrededor. Desde un punto podía ver el río abajo. En la orilla había alguien lavando ropa. El frío mañanero había dejado lugar a una apacible mañana sin viento y muy soleada. El río, el ranchito y el cielo casi blanco por la luz del sol se me antojaron una postal. Quedé paralizado. El paisaje era algo con lo cual yo no había contado. La chica que lavaba la ropa miró en mi dirección. No era Mariela. Creo que no alcanzó a verme porque después siguió tranquila con su tarea. Había algo en el ambiente, una fuerza que me mantenía pegado al suelo. Ni siquiera sabía si iba a poder volver sobre mis pasos. Recordé aquel día fatal. Era luminoso como este y el sol me cegaba.

 

KIKA

5 DE ABRIL DE 2013

jueves, 24 de enero de 2013


LA DESPEDIDA

 

Voz del locutor que presenta

Cuando una suave mano de mujer le friccione el pecho y la espalda con Untisal, ríase de los resfríos.

UNTISAL: la solución.

Frasco grande: 4$. Mediano: 2,80$.

Untisal presenta el radioteatro de la tarde.

 

 

Voz del relator: Ha llegado el momento en el cual nuestros héroes y amantes se deben separar.

 

Roberto: Tú eres la culpable de todas mis angustias y todos mis quebrantos, por eso: te vas porque yo quiero que te vayas.

Beatriz: No quiero, la noche está muy fría, abrígame en tus brazos hasta que vuelva el día.

Roberto: No puedo, porque dicen que nuestro amor es un escándalo y hasta me maldicen.

Beatriz: Es una lástima porque disfrutamos tanto tiempo de este amor. Y la última noche que pasé contigo la quise olvidar pero no pude.

Roberto: Es cierto que nuestro amor tiene una historia sin igual. Y me hizo comprender todo el bien y todo el mal.

 Beatriz: A mi vida le dio luz, pero la apagó después. Y ahora es una vida oscura.

Sabrá Dios, uno no sabe nunca nada de estas cosas.

Roberto: ¿Te acuerdas cuando el sol calentaba en la playa y me decías que querías tener algo conmigo?

Beatriz: Es una pena pero ahora llegó el momento en que debemos separarnos y no me preguntes más.

Roberto: Tienes que entender que si me alejo de ti es porque he comprendido que soy la nube gris que nubla tu camino. Aunque te quiero y sabrás que te quiero.

Beatriz: No se tú, pero yo no puedo dejar de pensar en aquello…

Roberto: Te dije que es un escándalo, al menos así dice la gente.

Beatriz: No hagas caso de la gente, sigue la corriente y quiéreme más que si esto es escandaloso es más vergonzoso no saber amar.

Roberto: Si yo pudiera algún día remontarme a las estrellas…

Beatriz: Contigo no iría, seguro.

Roberto: Igualmente debemos separarnos, no me preguntes más. Si encuentras un amor que te comprenda…

Beatriz: Nada, solamente una vez amé en la vida. ¡Vete de mí!

 

Voz del relator: Roberto se va tristemente, atraviesa la puerta y sale a la calle. Una lluvia persistente lo recibe. Levanta el cuello de su impermeable y se acomoda el sombrero en un gesto desvaído.

Beatriz: La puerta se cerró detrás de ti...

No vuelvas, querido mío.

Roberto: (Por lo bajo) me has cerrado la puerta de tu casa aunque sé que me has podido perdonar.

Se escucha un portazo y enseguida los acordes de la canción “El amor es una cosa esplendorosa”

 

Voz del locutor: Presentó Untisal, el bálsamo para resfríos y dolores en general.

 

 

Kika 2007

miércoles, 9 de enero de 2013


LOS AMANTES DEL RIO GARONA O

TEATRO EN LA SECUNDARIA

 

Un pabellón de caza situado en un bosque.

Reynaldo está sentado con la cabeza entre las manos sollozando. Entra Cristela vestida de blanco.

CRISTELA

-¿Qué sucede amado mío? ¿Qué desventura te aqueja?

REYNALDO

-¡Oh mi querida, hoy me ha sido revelada una terrible verdad!

CRISTELA

-¿Y que puede dañarnos a estas alturas?

REYNALDO

-¿Dañarnos? Más que eso mi amor

CRISTELA

-Nada de lo que pueda suceder podrá separarme de ti.

REYNALDO

-¿Quieres saber? Sí, tienes que saber

CRISTELA

-¡Habla mi alma! Di tranquilo lo que tengas que decir

REYNALDO

-¿Estás preparada?

CRISTELA

-¡Claro que sí! No tengo miedo.

REYNALDO

-No hay miedo ya en mi ser, pero debo decir que nuestro amor es trágico.

Hoy me he enterado que lazos más profundos nos unen

CRISTELA

-¿Más todavía?

REYNALDO

-Lazos que impiden nuestro amor: somos hermanos

CRISTELA (se tapa los oídos)

-¡No quiero oír mentiras! ¡Calla, calla ya!

REYNALDO (Se para y lleva sus manos al pecho)

-¡Oh, desventura que me azota como las olas en una oscura tormenta!

¿Quién soy y quién eres tú? ¡Hubiera preferido mil veces la muerte! ¿Estoy aquí junto a ti o ya he desaparecido? ¿Era yo hoy al alba cuando mi madre me reveló la verdad? ¿Era yo en un ayer colmado de virtudes? ¿Soy un fantasma o un espíritu que vaga en las tinieblas? ¿Tú eres de carne y hueso y estás aquí conmigo? ¿O te has ido y ya gozas en otros brazos? ¡Más me valdría estar muerto ante esta revelación! ¿He sido yo aquel que te amaba o era otro?

¿Soy o no? Este enigma me perseguirá y me privará de la paz que creía mía hasta el fin de mis días.

 

PAUSA

 

             -¡Che! Estás muy duro, aflojate un poco, y vos; poné cara de tragedia, parece que vas a un baile. Si seguimos así no se si podremos estrenarla para el veinte.

            -Bueno, no somos actores profesionales. ¿Qué pretendés de estudiantes de la secundaria de un pueblito? Para mí sale bastante bien.

            -Bueno, cada uno a su casa y mañana a la misma hora acá.

 

3 de diciembre de 1961

 

Querida Mimí:

           

Cuando te llegue ésta la obra ya habrá sido presentada, vista y ponderada. ¡Jaja! Espero esquivar los tomates podridos que nos van a tirar. Igual nos divertimos. Yo soy Cristela y Manuel es Reynaldo. El que dirige es el mejor alumno; Fernando, ¿te acordás? Siempre fue un chupamedia, y eso de mejor alumno, no estoy tan segura.

Menos mal que vos te fuiste a Buenos Aires, allá seguro que tenés compañeros más piolas. Me encanta eso que me contás de tu escuela.

Yo, por ahora tengo todas arriba, sólo Educación física que nunca llego pero a mi no me gusta hacer gimnasia y menos jugar a la pelota al cesto, soy muy mala y muy fiaca también y no quiero perjudicar a mis compañeras, pero cuando juego pienso en cualquier cosa, sobre todo en el muchacho de turno.

En cambio me gusta la Geografía y la Historia, en esas materias tengo más nota que Fernando.

Contame más de tu escuela. ¡Cómo me gustaría ir a Buenos Aires! En cuanto terminen las clases agarro mis pilchas y me instalo en tu departamento. No veo la hora de ir a pasear por Lavalle y meterme en todos los cines que hay. Aunque vos me dijiste que hay algunos muy pulguientos. Nosotras somos finas, vamos a ir a los mejores. ¿Cómo se llamaba ese grande que se abre el techo en verano? ¿Ocean o Luxor?. Quiero ver muchas películas, hartarme de Glenn Ford, Gregory Peck y Dirk Bogarde.

¡Ay Mimí! ¡No veo el momento de ir allá! Estoy podrida del cole, de los profesores y de los tarúpidos de los muchachos del pueblo.  Ni te digo en casa, estoy harta de papá, de mamá y de mi hermanito. Vivo encerrada en mi cuarto, por suerte no lo tengo que compartir como otros.

¡Ah, me olvidé de contarte! Llegó el disco de Paul Anka, “Tú eres mi destino” Me lo compré y estoy todo el día escuchándolo ¡Divino! Me imagino que vos allá tendrás casas de discos a más no poder.

Te mando un beso y no tardes mucho en contestarme, me encanta saber de vos y de Buenos Aires.

 

Un beso grande

Pochi

 

kika

2007

 

jueves, 13 de diciembre de 2012


 

 

EL GATO

                                 

         

Era una mujer muy bella aunque de mirada extraña. En la ciudad decían que uno de sus ojos era de vidrio. A Malik esto no le importaba, porque .él era un ladronzuelo y lo único que le interesaba de Amyra  era el cofre que se encontraba en un ángulo de sus aposentos, donde la mujer guardaba sus joyas y monedas de oro. El muchacho planeó todo con el ayudante de cocina de la casa  Durante la cena, la copa de Amyra iba a tener un poderoso somnífero y, una vez dormida, Malik podría alzarse con el tesoro del cofre.

          Llegó a las ocho en punto, ella lo recibió  feliz. Conversaron de mil cosas. Cerca de ella un gato enorme, color negro azulado, los observaba, a veces dejaba su lugar sobre el almohadón e iba a refregarse a los pies de la joven. Ella lo trataba con gran cariño y él respondía a sus caricias con un ruidoso ronroneo.

          Cenaron  carnes, hortalizas, frutas y dulces. Cuando llegó el momento de tomar el café, Malik ya estaba preocupado. Amyra había bebido bastante y seguía muy vivaz; los yuyos ya tendrían que haber hecho su efecto, pero nada pasaba. Al contrario, ella seguía hablando animadamente. Y además estaba ese gato, cuya mirada lo ponía sumamente nervioso. Por fin le preguntó: -Amyra, ¿quieres mucho a ese gato, no es así?. 

-Claro que sí, lo amo porque me trae muchos recuerdos.

-¿Buenos o malos?

-De los dos

-¿Por qué no me cuentas?

-¿Estás seguro de que quieres saber acerca de Yuf?

-Claro que sí, cuéntame, me muero de la intriga.

-Pues bien- comenzó  Amyra. -Hace muchos años yo tenía un amante que era muy hermoso. Al principio me demostraba constantemente su cariño, me hacía regalos y vivía pendiente de mí. Con el tiempo su amor comenzó a enfriarse. Me trataba mal, un día  hasta llegó a burlarse de mi ojo de vidrio-.

-¡No puedo creerlo!-, dijo Malik. En realidad  no le prestaba mucha atención a la historia, estaba muy nervioso. ¿El compañero lo habría traicionado?

-¿Y entonces, qué pasó?

-Bueno- continuó Amyra, -faltaba lo peor, un día trató de robar mis joyas.

Malik sintió un escalofrío pero trató de disimular.

Ella siguió con el relato.

-Con la ayuda de mi magia lo transformé en este gato que quiero tanto. Extendió la mano para acariciar al animal.

-Ven acá, gatito, ¿estás  contento de ser mi esclavo para siempre?.

 

El horror se pintó en el rostro de Malik, que huyó despavorido. Salió a los jardines y encontró el muro, lo vio enorme, pero tomando impulso lo saltó, se sentía muy ágil y raro a la vez. El camino a su casa le resultó doce veces mas largo de lo habitual. Sin embargo llegó aliviado y más tranquilo. Tranquilidad que le duró un instante; tuvo que escapar de las garras de su fiel y bienamado perro.

 

 

Kika

23 de marzo de 2002