ERA EN HAEDO
No era en Ramos Mejía como yo pensaba, si no una
estación más. Ella me lo aclaró por teléfono.
-No te olvides
Me quedé pensando. “¡Habían pasado treinta años y
todavía se acordaba que yo siempre me confundía!”
Seguía viviendo en el mismo lugar.
El día era gris y amenazaba tormenta. Preferí
tomar el tren. Esos lugares no me gustaban nada. No me sentía seguro y además
la casa estaba a dos cuadras de
Mi preocupación por la lluvia cesó de golpe cuando
lo vi. Parado en el andén de enfrente, (venía de Moreno). Me miraba fijo y
tenía una maldita campera, de esas que sirven para la lluvia, el frío, la
nieve, el granizo y la escarcha.
Me llevaba ya algunos puntos de ventaja.
No me dejé amedrentar. Se lo veía algo encorvado y
muy canoso. Yo conservaba mi físico atlético y mi pelo oscuro que olía a champú
de calidad, era brillante con algunas canas que me daban aspecto de galán. Yo
sé que es por mi ascendencia indígena que para algo habría de servir con el
tiempo. En la escuela me decían “cabecita negra” despectivamente. Los
verdaderos amigos me decían “Negro” con cariño. Ella, también.
“¿Qué hago?” pensé. “¿Me hago el sota y apuro el
paso o voy hacia él y lo saludo y vamos juntos hasta lo de Susanita?”
Cualquiera de las dos me parecían de cuarta pero
la de hacerme el boludo era peor, así que apronté el paso y fui a su encuentro.
El cielo se oscurecía velozmente.
En su cara se dibujó una sonrisa cuando se dio
cuenta de que era yo, hasta ahí no estaba muy seguro, me dijo después. Le
parecía nomás.
Los anteojos le achicaban la mirada pero seguía
teniendo esa carita de ángel que gustaba tanto a las mujeres.
-¡Che viejo, tanto tiempo! Exclamó mientras me
estampaba un sonoro beso en la mejilla derecha acompañado de un fuerte apretón
de manos.
Me di cuenta en ese momento que su alegría era
sincera.
-¡Qué bien estás! y pasó su mano por sobre mis
hombros como si fuésemos amigos de toda la vida.
Hacía treinta años que no nos dábamos ni cinco.
Tanta familiaridad me confundió un poco, todavía más
de lo que estaba.
Comenzamos a caminar bajo una lluvia de gotones
gruesos y separados.
-Che, viejo, no me acuerdo de tu nombre. Me dijo
avergonzado.
-No te preocupés, yo tampoco del tuyo. Mentí,
mentí como el peor. No sé si el hacía lo mismo aunque me seguía pareciendo
sincero.
-Me decían “El Negro” pero me llamo José Luis.
-¡Claro! ¡Ahora sí!
-Sí ¡que memoria tenés!
-La lista, pibe, la lista, no te la olvidás nunca;
Alcaraz, Arcuri, Benitez,…
-¿Y vos?
-Luis,
-¡Ah sí! ¡Es cierto! Seguí mintiendo.
Lo tuve presente cada día durante los últimos
treinta años. No hubo mañana que no me despertase sin acordarme de él.
Su voz me llegó desde lejos.
-Ya estamos, esta es la casa.
La lluvia arreciaba y nos golpeaba furiosa con
ráfagas entrecruzadas.
Mi saco sport se iba estropeando de a poco.
La puerta se abrió.
-Buenas tardes, señores. ¿Qué andan buscando?
La señora mayor que nos atendió tenía los ojos tan
parecidos a Susana. Pero no podía ser, era mayor, mayor. Muy mayor.
-Somos amigos de Su…. Comenzó a decir Luis
Alberto.
-Sana, continué yo.
La señora dio un respingo y miró al piso.
-¿No saben nada? Añadió bajando la voz.
-¿Nada de quéseñora? Hablamos con ella el martes
pasado. Dijo
-Quedamos en pasar a visitarla hoy. Continué yo.
-Pasen por favor. ¿Son amigos de…?
-Del secundario. Dijo Luis Alberto.
-Quinto primera. Agregué yo.
La tormenta se había transformado en un vendaval
de lluvia y granizo. Me alegré de haber dejado el auto. El seguro no me iba a
reconocer ni ahí. Esa compañía era una mierda.
Nos sentamos en un saloncito. La señora ofreció
café y los dos aceptamos gustosos.
-Mi hija… comenzó a decir la dama, murió hace dos
días. Estaba bien pero…
-¿Qué?????????? Los dos al unísono.
-Estaba haciendo tratamiento y había mejorado pero
se complicó con un aneurisma. ¡Pobrecita! ¡Tan joven! Dejó seis hijos y un
marido desesperado. ¿Se imaginan?
-Pero si hablamos el martes pasado… balbuceó Luis
Alberto.
-Hace menos de una semana. Dije yo más firme.
Él:
-Quedamos en venir hoy. ¿Sabe? Éramos amigos, muy
amigos los tres.
La buena educación y la congoja de la señora me
impidieron decirle cuatro frescas ahí nomás. “Era mi novia desde primer año,
vos me la robaste, grandísimo atorrante”
La señora sacó un pañuelo y fue a cerrar los
postigones. Afuera parecía de noche. Se escuchaba el golpe de una ventana. Ella
pidió disculpas y subió.
Después de tomar el café y conversar, la mamá de
Susana al parecer, necesitaba
desahogarse, partimos nuevamente.
La lluvia había cesado y las nubes se estaban
yendo. Hacía frío.
Pensé “ella me dijo que no me equivocara, que era
Haedo, que yo siempre me bajaba una antes, y ahora está muerta”.
Esta vez cada uno tomó para lados contrarios
aunque sabíamos que nos veríamos de nuevo en
Eso teníamos en común.
Al verlo nuevamente en el andén se me ocurrió que
éramos uno donde convivían dos hombres: el que la amó y el que la abandonó.
El cielo se oscureció por segunda vez en el día.
“Todo esto es una mierda” pensé y corrí hasta la
punta de
Lo llamé cuando estaba por subir y se dio vuelta.
Sus ojos denotaban compasión. Las puertas se cerraron detrás de él.
El vendaval arreció de nuevo y esta vez con más
fuerza.
Kika
2009